martes, 9 de junio de 2015

Las lunas de Júpiter, Alice Munro

Me di cuenta de que la estaba tocando de una forma distinta, aunque yo no creía que ello pudiera ser nunca detectado. Había un cuidado—no exactamente un retraimiento sino un cuidado— para no sentir demasiado. Vi que las formas del amor se pueden mantener con una persona condenada, pero con el amor en realidad medido y disciplinado, porque hay que sobrevivir. Se podía hacer de forma tan discreta que el objeto de dicho cuidado no sospecharía, del mismo modo que tampoco sospecharía la misma sentencia de muerte. Nichola no sabía, no lo sabía. Le llegarían juguetes y besos y bromas; nunca lo sabría, aunque a mí me preocupaba que sintiera el viento por entre las grietas de las vacaciones inventadas, de los días normales inventados. Pero todo estaba bien. Nichola no tenía leucemia. Creció aún seguía viva, y probablemente feliz. Incomunicada.

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