miércoles, 20 de marzo de 2013

Niebla, Miguel de Unamuno

Mientras iba así hablando consigo mismo cruzó con Eugenia sin advertir siquiera el resplandor de sus ojos. La niebla espiritual era demasiado densa. Pero Eugenia, por su parte, sí se fijó en él, diciéndose: "¿Quién será este joven?, ¡no tiene mal porte y parece bien acomodado!" Y es que, sin darse clara cuenta de ello, adivinó a uno que por la mañana la había seguido. Las mujeres saben siempre cuándo se las mira, aun sin verlas, y cuándo se las ve sin mirarlas.
Y siguieron los dos, Augusto y Eugenia, en direcciones contrarias, cortando con sus almas la enmarañada telaraña espiritual de la calle. Porque la calle forma un tejido en que se entrecruzan miradas de deseo, de envidia, de desdén, de compasión, de amor, de odio, viejas palabras cuyo espíritu quedó cristalizado, pensamientos, anhelos, toda una tela misteriosa que envuelve las almas de los que pasan.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Claraboya, José Saramago

Silvestre era mayor, hacía hoy lo que ayer: arreglar zapatos. Pero el mismo Silvestre dijo que, por lo menos, su vida le había enseñado a ver más allá de lo que la suela de los zapatos que arreglaba le proponía, mientras que a Abel la vida no hizo más que darle el poder de adivinar la existencia de algo oculto, de algo capaz de otorgarle un sentido concreto a su existencia. Más le valdría no haber recibido ese poder. Viviría tranquilo, tendría la tranquilidad del pensamiento adormilado, como le sucede al común de las personas. «El común de las personas —pensaba—. Qué estúpida es esta expresión. Qué sé yo lo que es el común de las personas. Miro a miles de personas durante el día; veo, con ojos de ver, a decenas. Las veo graves, risueñas, lentas, apresuradas, feas o hermosas, vulgares o atractivas. Y a eso lo llamo el común de las personas. ¿Qué pensará cada una de esas personas sobre mí? También yo voy lento o apresurado, grave o risueño, para algunas seré feo, para otras seré hermoso, o vulgar, o atractivo. A fin de cuentas, también formo parte del común de las personas. También yo tendré para algunos el pensamiento adormilado. Todos ingerimos diariamente la dosis de morfina que adormece el pensamiento. Los hábitos, los vicios, las palabras repetidas, los gestos habituales, los amigos monótonos, los enemigos sin odio auténtico, todo eso adormece. Vida plena… ¿Quién hay ahí que pueda declarar que viva plenamente? Todos llevamos al cuello el yugo de la monotonía, todos esperamos algo, el diablo sabrá qué… Sí, todos esperamos. Más confusamente unos que otros, pero la expectativa es de todos. El común de las personas… Esto, dicho así, con este tono desdeñoso de superioridad, es idiota. Morfina del hábito, morfina de la monotonía… Ah, Silvestre, mi bueno y puro Silvestre, ni siquiera tú imaginas las dosis masivas que has ingerido. Tú y tu gorda Mariana, tan buena que dan ganas de llorar —recordando estos pensamientos, Abel no estaba lejos, él mismo, de ponerse a llorar—. Ni siquiera lo que pienso tiene el mérito de la originalidad. Es como un traje de segunda mano en una tienda de ropa nueva. Es como una mercancía fuera del mercado, envuelta en papel de colores con un lazo a juego. Tedio y nada más. Cansancio de vivir, eructo de digestión difícil, náusea.

Claraboya, José Saramago

Si yo me fuera, ¿lo sentirías?
—Lo sentiría… —murmuró el hijo, perplejo.
—Después te olvidarías de mí…
—No lo sé.
¿Qué otra respuesta debería esperar? Claro que la criatura no podía saber si olvidaría. Nadie sabe si olvida antes de olvidar. Si fuera posible saberlo antes, muchas cosas de solución difícil la tendrían fácil.