martes, 25 de junio de 2013

Manual de pintura y caligrafía, José Saramago

Por tanto no hay Dios. Son muchos los modos de saberlo, y me basta el mío. Cuando la imagen antropomórfica de la divinidad se perdió, se perdió todo. Ninguna tentativa hecha después para justificar la inmaterialidad puede realimentar o resucitar las creencias. Buenos dioses eran los griegos que se acostaban en las camas sudadas de los mortales y con ellos fornicaban, bueno era Moloch que demostraba su existencia alimentándose sustancialmente, a la vista de todo el mundo, de carne humana, bueno era Jesús hijo de José que andaba en burro y tenía miedo de morir -pero, acabadas estas historias, que eran historias de gente con su gente, Dios pasó a no tener lugar ni tiempo y no puede conseguir más que Defoe escribiendo y volviendo a escribir la vida de Robinson. Un Dios que no está majestuosamente sentado en las nubes, un Dios a quien no tengamos la esperanza de conocer en persona una y trina, es un Robinson inventado, creador segundo de una religión de miedo que precisaba de un Viernes para ser iglesia.

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