lunes, 14 de mayo de 2012

Leviatán, Paul Auster

Finalmente me llamó en noviembre, al cabo de seis o siete meses. Fue entonces cuando me invitó a la cena de Acción de Gracias en casa de la madre de Ben en Connecticut. En ese medio año, me había persuadido de que nunca había existido ninguna esperanza para nosotros, de que aun cuando ella hubiese dejado a Ben para vivir conmigo, la cosa no habría salido bien. Eso era un embuste, por supuesto, y no tengo ninguna forma de saber qué habría sucedido, no tengo ninguna forma de saber nada. Pero me ayudó a soportar aquellos meses sin perder la razón, y cuando repentinamente ni la voz de Fanny en el teléfono, pensé que había llegado el momento de ponerme a prueba en una situación real. Así que David y yo nos fuimos en el coche a Connecticut y pasé un día entero en su compañía. No fue el día más feliz de mi vida, pero conseguí sobrevivir. Las viejas heridas se abrieron, sangré un poco, pero cuando regresé a casa aquella noche con David dormido en mis brazos, descubrí que seguía estando más o menos entero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario