Lleva diez años muerto. Diez años enterrado con la cabeza destrozada. Diez años sin que nadie lo llore. Cualquiera pensaría que su hija, esposa ya y madre, se habría librado de él a estas alturas. ¡Como si no lo hubiera intentado, maldita sea! Lo detestaba.
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Ya de muy pequeña, Rebecca empezaría a intuir que su padre, aquella presencia poderosa que se inclinaba sobre su cuna, que a veces la tocaba con los dedos maravillados e incluso llegaba a cogerla en brazos, había sido atrozmente herido en el alma; y tendría que soportar la deformidad de aquella herida, como una columna vertebral retorcida, durante el resto de su vida.
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La historia no existe. Todo lo que existe son los individuos y de ésos solo momentos singulares, tan separados unos de otros como vértebras aplastadas.
Ya de muy pequeña, Rebecca empezaría a intuir que su padre, aquella presencia poderosa que se inclinaba sobre su cuna, que a veces la tocaba con los dedos maravillados e incluso llegaba a cogerla en brazos, había sido atrozmente herido en el alma; y tendría que soportar la deformidad de aquella herida, como una columna vertebral retorcida, durante el resto de su vida.
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La historia no existe. Todo lo que existe son los individuos y de ésos solo momentos singulares, tan separados unos de otros como vértebras aplastadas.
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