miércoles, 30 de mayo de 2012

La caverna, José Saramago

Se dice que el tiempo lo cura todo; no vivimos bastante para hacer esa prueba.

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Los momentos no llegan nunca ni tarde ni pronto, llegan a su hora, no a la nuestra, no tenemos que agradecerles las coincidencias, cuando ocurran, entre lo que ellos proponían y lo que nosotros necesitábamos.

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Conozco esas lágrimas que no caen y se consumen en los ojos, conozco ese dolor feliz, esa especie de felicidad dolorosa, ese ser y no ser, ese tener y no tener, ese querer y no poder.

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Lo que se sabe que va a ocurrir en cierta manera es como si ya hubiese ocurrido, las expectativas hacen algo más que anular las sorpresas, embotan las emociones, las banalizan, todo lo que se deseaba o temía ya había sido vivido mientras se deseó o temió.

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Es con lo que es con lo que tenemos que vivir, no con lo que sería o podría haber sido… pero nací con una cabeza que sufre la incurable enfermedad de justamente preocuparse con lo que sería o podría haber sido.

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Creo que hay ocasiones en la vida en que debemos dejarnos llevar por la corriente de lo que sucede, como si las fuerzas para resistir nos faltasen, pero de pronto comprendemos que el río se ha puesto a nuestro favor, nadie más se ha dado cuenta de eso, sólo nosotros, quien mire creerá que estamos a punto de naufragar, y nunca nuestra navegación fue tan firme.

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Ya no tengo edad de esperanzas, Marcial, necesito certezas, y que sean de las inmediatas, que no esperan un mañana que no puede ser mío.

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