jueves, 31 de mayo de 2012

La insoportable levedad del ser, Milan Kundera

Es posible que no seamos capaces de amar precisamente porque deseamos ser amados, porque queremos que el otro nos dé algo (amor), en lugar de aproximarnos a él sin exigencias y querer sólo su mera presencia.

miércoles, 30 de mayo de 2012

En el camino, Jack Kerouak

Pero entonces bailaban por las calles como peonzas enloquecidas, y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida, mientras sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas

La caverna, José Saramago

Se dice que el tiempo lo cura todo; no vivimos bastante para hacer esa prueba.

(...)

Los momentos no llegan nunca ni tarde ni pronto, llegan a su hora, no a la nuestra, no tenemos que agradecerles las coincidencias, cuando ocurran, entre lo que ellos proponían y lo que nosotros necesitábamos.

(...)

Conozco esas lágrimas que no caen y se consumen en los ojos, conozco ese dolor feliz, esa especie de felicidad dolorosa, ese ser y no ser, ese tener y no tener, ese querer y no poder.

(...)

Lo que se sabe que va a ocurrir en cierta manera es como si ya hubiese ocurrido, las expectativas hacen algo más que anular las sorpresas, embotan las emociones, las banalizan, todo lo que se deseaba o temía ya había sido vivido mientras se deseó o temió.

(...)

Es con lo que es con lo que tenemos que vivir, no con lo que sería o podría haber sido… pero nací con una cabeza que sufre la incurable enfermedad de justamente preocuparse con lo que sería o podría haber sido.

(...)

Creo que hay ocasiones en la vida en que debemos dejarnos llevar por la corriente de lo que sucede, como si las fuerzas para resistir nos faltasen, pero de pronto comprendemos que el río se ha puesto a nuestro favor, nadie más se ha dado cuenta de eso, sólo nosotros, quien mire creerá que estamos a punto de naufragar, y nunca nuestra navegación fue tan firme.

(...)

Ya no tengo edad de esperanzas, Marcial, necesito certezas, y que sean de las inmediatas, que no esperan un mañana que no puede ser mío.

La caverna, José Saramago



Autoritarias, paralizantes, circulares, a veces elípticas, las frases de efecto, también jocosamente llamadas pepitas de oro, son una plaga maligna de las peores que pueden asolar el mundo. Decimos a los confusos, Conócete a ti mismo, como si conocerse a uno mismo no fuera la quinta y más dificultosa operación de las aritméticas humanas, decimos a los abúlicos, Querer es poder, como si las realidades atroces del mundo no se divirtiesen invirtiendo todos los días la posición relativa de los verbos, decimos a los indecisos, Empezar por el principio, como si ese principio fuese la punta siempre visible de un hilo mal enrollado del que basta tirar y seguir tirando para llegar a la otra punta, la del final, y como si, entre la primera y la segunda, hubiésemos tenido en las manos un hilo liso y continuo del que no ha sido preciso deshacer nudos ni desenredar marañas, cosa imposible en la vida de los ovillos y, si otra frase de efecto es permitida, en los ovillos de la vida. Puro engaño de inocentes y desprevenidos, el principio nunca ha sido la punta nítida y precisa de un hilo, el principio es un proceso lentísimo, demorado, que exige tiempo y paciencia para percibir en que dirección quiere ir, que tantea el camino como un ciego, el principio es sólo el principio, lo hecho vale tanto como nada.

domingo, 27 de mayo de 2012

Los renglones torcidos de Dios, Torcuato Luca de Tena


Muchos afirman —comenzó Alice Gould con aire distraído y distante— que el hombre ha matado el silencio. Es muy injusto decir eso, porque el silencio ¡no existe! A veces huimos de la gran ciudad para escapar del bullicio, pero no hacemos sino trocar unos ruidos por otros. Cuando se acercan las vacaciones, deseamos conscientemente cambiar de ocupación: la máquina de calcular, por la bicicleta; o la de escribir, por el arpón submarino. También de un modo consciente de­seamos cambiar de paisaje: la ventana del inquilino de enfrente por la montaña, el campo o la playa. Pero de una manera inconsciente, lo que anhelamos, sin saberlo, es cambiar de ruidos: el bocinazo, el frenazo, el chirriar de las máquinas, las radios del vecino, por otros menos desa­pacibles, como el rumor del viento entre los pinos o la honda y angustiada respiración del mar.—¿Considera usted al mar como un ser vivo?—¡Naturalmente, doctor! La tierra no es un planeta muerto. Y el mar ocupa las tres quintas partes de la tierra... o... o algo parecido. Y además se muere y hace ruido. ¡Todo lo que vive lleva el sonido consigo!

—Me sorprendió usted, señora de Almenara, desde que entró por esa puerta; sería injusto negarle que mi sorpresa va de aumento en aumento. No obstante, sigo creyendo que la total soledad se aproxima mucho al silencio.

—No, doctor. No hay bosque, por oculto y lejano que se halle, por tranquilo que esté el aire que lo envuelve, que no tenga su propio idioma sonoro. ¿Usted no ha oído hablar a los árboles? ¡Todo el mun­do los ha oído hablar! No se sabe bien qué es lo que se escucha, qué es lo que suena. No hay arroyos en las proximidades, no hay pájaros, no hay insectos, y las copas están quietas. Con esto y con todo, hay un palpito indefinible, indescifrable. Se dice entonces que se oye el silen­cio. Es una manera de decir porque lo cierto es que "algo" se oye... mientras que el silencio es inaudible.

—No se interrumpa, señora. Estoy embobado escuchándola. Animada y halagada por la admiración que despertaba en el doctor, Alice Gould prosiguió:

—He aquí una palabra, "silencio", que el hombre ha inventado para expresar una realidad que no ha experimentado jamás, para describir lo que nunca ha conocido: porque todo en él y alrededor de él es un cúmulo de mínimos estruendos. Y la voz que sonó una vez no se pierde para siempre. La vibración de la onda sonora se expande y aleja, pero permanece eternamente. Esta conversación que estamos teniendo, doctor, existirá en el futuro en algún lugar lejano.

—¿Quiere usted decir que toda palabra es eterna?

—Es una simpleza lo que digo. No hay nada de original en ello, pues­to que está probado. La curiosidad insaciable del hombre creó grandes ojos (los telescopios) para ver más allá de lo que la vista alcanza. Ahora ha creado grandes orejas (los radiotelescopios) para captar los ruidos del Universo. Y he leído que aún se oye el sordo clamor de la primera explosión: la que fue origen de la creación del mundo y de la fuga de las galaxias. ¡Antes de esto, sí existía el silencio!

Los renglones torcidos de Dios, Torcuato Luca de Tena

... el arte es la ciencia de lo inútil.

-¿Quiere decir usted que desprecia las artes; que las considera algo trivial, y a quienes las practican gentes desocupadas que no tienen otra cosa que hacer?
-¡Nada de eso, doctor! ¡Considero que el arte es tanto más sublime cuanto mayor es su inutilidad!

-Explíquese mejor.

-El hombre es el único animal que se crea necesidades que nada tienen que ver con la subsistencia del individuo y con la reproducción de la especie. No le basta comer alimentarse, sino que condimenta los alimentos, de modo que añaden placer a la satisfacción de su necesidad. No le basta vestirse para abrigarse, sino que añade, a esta función tan elemental, la exigencia de confeccionar su ropa con determinadas formas y colores. No se contenta con cobijarse, sino que construye edificios con líneas armoniosas y caprichosas que exceden de su necesidad: lo cual no ocurre con la guarida del zorro, la madriguera del conejo o el nido de la cigüeña. ¿Hay algo más inútil que la corbata que lleva usted puesta? ¿De qué le sirve al estómago una salsa cumberland o un chateaubriand a la Périgord? ¿Qué añade al cobijo del hombre el friso de una escayola o las orlas en forma de signos de interrogación de los hierros que sostienen el pasamano de una escalera? Pues bien: todo eso que está inútilmente añadido a la pura necesidad... ¡ya es arte!
...
-Pues bien -continuó Alicia-. En el momento mismo en que el espíritu creador del hombre se despegó incluso de la necesidad primaria para producir sus lucubraciones, nacieron las grande Arte: la Poesía, La Danza, la Música y la Pintura.
...
Que queda por último, la Música. ¿Qué mayor inutilidad que unir unos ruidos con otros ruidos que no expresan directamente nada y que pueden ser interpretados de mil distintas maneras según el estado de ánimo de quien los escuche? ¿A quién alimenta eso? ¿A quién abriga? ¿A quién cobija? ¡A nadie! La Música es la más inútil, biológicamente hablando, de todas las Artes y, por ello, por su pavorosa y radical inutilidad, es la más grande de todas ellas; la menos irracional, la más espiritual, la más humana,

Ensayo sobre la ceguera, José Saramago

Buena idea, vamos a probar, y todos se mostraron de acuerdo, que sí que era una buena idea, sólo la chica de las gafas oscuras se quedó en silencio, sin decir nada sobre la pala o el azadón, su manera de hablar eran, por ahora, lágrimas y lamentos, Tuve yo la culpa, lloraba, y era verdad, no se podía negar, pero también es cierto, si eso le sirve de consuelo, que si antes de cada acción pudiésemos prever todas sus consecuencias, nos pusiésemos a pensar en ellas seriamente, primero en las consecuencias inmediatas, después, las probables, más tarde las posibles, luego la imaginables, no llegaríamos siquiera a movernos de donde el primer pensamiento nos hubiera hecho detenernos. Los buenos y los malos resultados de nuestros dichos y obras se van distribuyendo, se supone que de forma bastante equilibrada y uniforme, por todos los días del futuro, incluyendo aquellos, infinitos, en los que ya no estaremos aquí para poder comprobarlo, para congratularnos o para pedir perdón, hay quien dice que eso es la inmortalidad de la que tanto se habla, Lo será, pero este hombre está muerto y hay que enterrarlo.

El Evangelio según Jesucristo, José Saramago

Jesús muere, muere, y ya va dejando la vida, cuando de pronto el cielo se abre de par en par por encima de su cabeza, y Dios aparece, vestido como estuvo en la barca, y su voz resuena por toda la tierra diciendo, Tú eres mi Hijo muy amado, en ti pongo toda mi complacencia.

Entonces comprendió Jesús que vino traído al engaño como se lleva al cordero al sacrificio, que su vida fue trazada desde el principio de los principios para morir así, y, trayéndole la memoria el río de sangre y de sufrimiento que de su lado nacerá e inundará toda la tierra, clamó al cielo abierto donde Dios sonreía, Hombres, perdonadle, porque él no sabe lo que hizo.

Luego se fue muriendo en medio de un sueño, estaba en Nazaret y oía que su padre le decía, encogiéndose de hombros y sonriendo también, Ni yo puedo hacerte todas las preguntas, ni tú puedes darme todas las respuestas. Aún había en él un rastro de vida cuando sintió que una esponja empapada en agua y vinagre le rozaba los labios, y entonces, mirando hacia abajo, reparó en un hombre que se alejaba con un cubo y una caña al hombro. Ya no llegó a ver, colocado en el suelo, el cuenco negro sobre el que su sangre goteaba.

Los sufrimientos del joven Werther, Goethe

Es cosa resuelta, Carlota: quiero morir y te lo participo sin ninguna exaltación romántica, con la cabeza tranquila, el mismo día en que te veré por última vez.
Cuando leas estas líneas, mi adorada Carlota yacerán en la tumba los despojos del desgraciado que en los últimos instantes de su vida no encuentra placer más dulce que el placer de pensar en ti. He pasado una noche terrible: con todo, ha sido benéfica, porque ha fijado mi resolución. ¡Quiero morir!
Al separarme ayer de tu lado, un frío inexplicable se apoderó de todo mi ser; refluía mi sangre al corazón, y respirando con angustiosa dificultad pensaba en mi vida, que se consume cerca de ti, sin alegría, sin esperanza. ¡Ah!, estaba helado de espanto.
Apenas pude llegar a mi alcoba, donde caí de rodillas, completamente loco. ¡Oh Dios mío!, tú me concediste por última vez el consuelo de llorar. Pero ¡qué lágrimas tan amargas! Mil ideas, mil proyectos agitaron tumultuosamente mi espíritu, fundiéndose al fin todos en uno solo, pero firme, inquebrantable: ¡morir! Con esta resolución me acosté, con esta resolución, inquebrantable y firme como ayer, he despertado: ¡quiero morir! No es desesperación, es convencimiento: mi carrera está concluida, y me sacrifico por ti. Sí, Carlota, ¿por qué te lo he de ocultar? Es preciso que uno de los tres muera, y quiero ser yo. ¡Oh vida de mi vida! Más de una vez en mi alma desgarrada ha penetrado un horrible pensamiento: matar a tu marido..., a ti..., a mí. Sea yo, yo solo; así será.
Cuando al anochecer de algún hermoso día de verano subas a la montaña, piensa en mí y acuérdate de que he recorrido muchas veces el valle; mira luego hacia el cementerio, y a los últimos rayos del sol poniente vean tus ojos cómo el viento azota la hierba de mi sepultura. Estaba tranquilo al comenzar esta carta, y ahora lloro como un niño. ¡Tanto martirizan estas ideas mi pobre corazón!
Tú no me esperas; tú crees que voy a obedecerte y a no volver a tu casa hasta la víspera de la Navidad... ¡Oh Carlota!..., hoy o nunca. El día de la Nochebuena tendrás este papel en tus manos trémulas y lo humedecerás con tus preciosas lágrimas. Lo quiero..., es preciso. ¡Oh, qué contento estoy de mi resolución.
¡Oh! ¡Perdóname, perdóname! Ayer... aquel debió ser el último momento de mi vida. ¡Oh ángel! Fue la primera vez, si, la primera vez que una alegría pura y sin límites llenó todo mi ser.
Me ama, me ama... Aún quema mis labios el fuego sagrado que brotaba de los suyos; todavía inundan mi corazón estas delicias abrasadoras. ¡Perdóname, perdóname! Sabía que me amabas; lo sabía desde tus primeras miradas aquellas miradas llenas de tu alma; lo sabía desde la primera vez que estrechaste mi mano. Y, sin embargo, cuando me separaba de ti o veía a Alberto a tu lado, me asaltaban por doquiera rencorosas dudas.
¿Te acuerdas de las flores que me enviaste el día de aquella enojosa reunión en que ni pudiste darme la mano ni decirme una sola palabra? Pasé la mitad de la noche arrodillado ante las flores, porque eran para mí el sello de tu amor; pero, ¡ay!, estas impresiones se borraron como se borra poco a poco en el corazón del creyente el sentimiento de la gracia que Dios le prodiga por medio de símbolos visibles. Todo perece, todo; pero ni la misma eternidad puede destruir la candente vida que ayer recogí en tus labios y que siento dentro de mí. ¡Me ama! Mis brazos la han estrechado, mi boca ha temblado, ha balbuceado palabras de amor sobre su boca. ¡Es mía! ¡Eres mía! Sí, Carlota, mía para siempre. ¿Qué importa que Alberto sea tu esposo? ¡Tu esposo! No lo es más que para el mundo, para ese mundo que dice que amarte y querer arrancarte de los brazos de tu marido para recibirte en los míos es un pecado. ¡Pecado!, sea. Si lo es, ya lo expío. Ya he saboreado ese pecado en sus delicias, en sus infinitos éxtasis. He aspirado el bálsamo de la vida y con él he fortalecido mi alma. Desde ese momento eres mía, ¡eres mía, oh Carlota! Voy delante de ti; voy a reunirme con mi padre, que también lo es tuyo, Carlota; me quejaré y me consolará hasta que tú llegues. Entonces volaré a tu encuentro, te cogeré en mis brazos y nos uniremos en presencia del Eterno; nos uniremos con un abrazo que nunca tendrá fin. No sueño ni deliro. Al borde del sepulcro brilla para mí la verdadera luz. ¡Volveremos a vernos! ¡Veremos a tu madre y le contaré todas las cuitas de mi corazón! ¡Tu madre! ¡Tu perfecta imagen!"

1984, George Orwell

La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza.

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Encontrarse en una minoría, incluso de uno solo, no significaba, estar loco.

sábado, 26 de mayo de 2012

El artista, Oscar Wilde

Una tarde, le vino al alma el deseo de dar forma a una imagen del Placer que se posa un instante. Y se fue por el mundo a buscar bronce, pues sólo en bronce podía concebir su obra. Pero había desaparecido el bronce del mundo entero; en parte alguna del mundo entero podía encontrarse bronce, salvo el bronce sólo de la imagen del Dolor que dura para siempre. Era él quien había forjado esta imagen con sus propias manos, y la había puesto sobre la tumba de lo único que había amado en la vida. Sobre la tumba de lo que más había amado en la vida y había muerto había puesto esta imagen hechura suya, como prenda y señal del amor humano que no muere nunca, y como símbolo del dolor humano que dura para siempre. Y en el mundo entero no había más bronce que el bronce de esta imagen. Y tomó la imagen que había formado y la puso en un gran horno y se la entregó al fuego. Y con el bronce de la imagen del Dolor que dura para siempre esculpió una imagen del Placer que se posa un instante.

Los justos, Jorge Luis Borges

Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.

Ítaca, Constantino P. Cavafis



Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias.
No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni la cólera del airado Posidón.
nunca tales monstruos hallarás en tu ruta
si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.
Los lestrigones y los cíclopes
y el feroz Posidón no podrán encontrarte
si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,
si tu alma no los conjura ante ti.
Debes rogar que el viaje sea largo,
que sean muchos los días de verano;
que te vean arribar con gozo, alegremente,
a puertos que tú antes ignorabas.
Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,
y comprar unas bellas mercancías:
madreperlas, coral, ébano, y ámbar,
y perfumes placenteros de mil clases.
Acude a muchas ciudades del Egipto
para aprender, y aprender de quienes saben.
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:
llegar allí, he aquí tu destino.
Mas no hagas con prisas tu camino;
mejor será que dure muchos años,
y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el camino.
No has de esperar que Ítaca te enriquezca:
Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.
Sin ellas, jamás habrías partido;
mas no tiene otra cosa que ofrecerte.
Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.
Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,
sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.

La conjura de los necios, John Kennedy Tool

Cuando Fortuna hace girar su rueda hacia abajo, vete al cine y disfruta más de la vida.

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Sólo me relaciono con mis iguales, pero como no tengo iguales no me relaciono con nadie.

La insoportable levedad del ser, Milan Kundera

Todos necesitamos que alguien nos mire. Sería posible dividirnos en cuatro categorías, según el tipo de mirada bajo la cual queremos vivir.

La primera categoría anhela la mirada de una cantidad infinita de ojos anónimos, o dicho de otro modo, la mirada del público. Ése es el caso del cantante alemán, de la actriz norteamericana y también del redactor de largas barbas. Estaba acostumbrado a sus lectores y, cuando un buen día los rusos cerraron su semanario, tuvo la sensación de que el aire era cien veces más enrarecido. Nadie podía reemplazarle la mirada de los ojos desconocidos. Le pareció que se ahogaba. Entonces fue cuando advirtió que la policía vigilaba todos sus pasos, que oían sus conversaciones por teléfono y que hasta le sacaban en secreto fotos en la calle. ¡De pronto los ojos anónimos estaban otra vez en todas partes y él podía respirar de nuevo! ¡Estaba feliz! Se dirigía con voz teatral a los micrófonos de las paredes. Había encontrado en la policía al público perdido.

La segunda categoría la forman los que necesitan para vivir la mirada de muchos ojos conocidos. Éstos son los incansables organizadores de cócteles y cenas. Son más felices que las personas de la primera categoría, quienes, cuando pierden a su público, tienen la sensación de que en el salón de su vida se ha apagado la luz. A casi todos ellos les sucede esto alguna vez. En cambio, las personas de la segunda categoría siempre consiguen algunas de esas miradas. Entre éstos están Marie-Claude y su hija.

Luego está la tercera categoría, los que necesitan de la mirada de la persona amada. Su situación es igual de peligrosa que la de los de la primera categoría. Alguna vez se cerrarán los ojos de la persona amada y en el salón se hará la oscuridad. Pertenecen a este grupo Teresa y Tomás.

Y hay también una cuarta categoría, la más preciada, la de quienes viven bajo la mirada imaginaria de personas ausentes. Son los soñadores. Por ejemplo Franz. El único motivo de su viaje hasta la frontera de Camboya fue Sabina. El autobús traquetea por la carretera tailandesa y él siente que su larga mirada se fija en él.”

Rayuela, Julio Cortázar

¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo del dentífrico.

Pero ella no estaría ahora en el puente. Su fina cara de translúcida piel se asomaría a viejos portales en el ghetto del Marais, quizá estuviera charlando con una vendedora de papas fritas o comiendo una salchicha caliente en el boulevard de Sébastopol. De todas maneras subí hasta el puente, y la Maga no estaba. Ahora la Maga no estaba en mi camino, y aunque conocíamos nuestros domicilios, cada hueco de nuestras dos habitaciones de falsos estudiantes en París, cada tarjeta postal abriendo una ventanita Braque o Ghirlandaio o Max Ernst contra las molduras baratas y los papeles chillones, aun así no nos buscaríamos en nuestras casas. Preferíamos encontrarnos en el puente, en la terraza de un café, en un cine-club o agachados junto a un gato en cualquier patio del barrio latino. Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos.

viernes, 25 de mayo de 2012

La hija del sepulturero, Joyce Carol Oates

En la vida animal a los débiles se los elimina pronto”.

Lleva diez años muerto. Diez años enterrado con la cabeza destrozada. Diez años sin que nadie lo llore. Cualquiera pensaría que su hija, esposa ya y madre, se habría librado de él a estas alturas. ¡Como si no lo hubiera intentado, maldita sea! Lo detestaba.

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Ya de muy pequeña, Rebecca empezaría a intuir que su padre, aquella presencia poderosa que se inclinaba sobre su cuna, que a veces la tocaba con los dedos maravillados e incluso llegaba a cogerla en brazos, había sido atrozmente herido en el alma; y tendría que soportar la deformidad de aquella herida, como una columna vertebral retorcida, durante el resto de su vida.

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La historia no existe. Todo lo que existe son los individuos y de ésos solo momentos singulares, tan separados unos de otros como vértebras aplastadas.

viernes, 18 de mayo de 2012

Diario de Invierno, Paul Auster

Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a ti, que eres la única persona del mundo a quien jamás ocurrirán esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas, igual que le suceden a cualquier otro.

(...)

Placeres sexuales antes que nada, pero también el placer de la comida y la bebida, el de reposar desnudo en un baño caliente, de rascarse un picor, de estornudar y peerse, de quedarse una hora más en la cama, de volver la cara hacia el sol en una templada tarde a finales de primavera o principios de verano y sentir el calor que se difunde por la piel..

martes, 15 de mayo de 2012

Tiempo sin Ángela, Carlos Puerto

El muchacho es el de antes; rubio, como ella, con ojos oscuros, sonriendo con pudor.
-Perdona...¿hablas español?
Ángela asiente.
-Te he visto antes-añade- ibas comiendo bombones.
No eran bombones sino almendras garrapiñadas, pero ya se han terminado, la bolsa la ha dejado caer y habrá sido pisoteada por la multitud.
El muchacho no deja de hablar, sus palabras se atropellan a menudo, pero parece tener miedo a callarse, a que ella se esfume si él no habla.
-Perdóname, quizá estabas esperando a alguien...pero me pareciste tan sola...quisiera haberte encontrado antes...
-¿Antes?
-Sí, quizá haber sido tu amigo...
Ángela no sabe que pensar.
-¿De dónde eres?-le pregunta
-Soy español
-Yo también
-Oh...el caso es...supuse que tú no; una tontería quizá por tu cabello rubio y tus ojos azules
-¿Azules?
Ángela le mira fijamente sin dejar de sonreír.
-Bueno...verdes...claros, quería decir.
La campana de la iglesia comienza a sonar."Seguramente la hora del rosario", piensa sintiendo la presencia del contraste.
-Por favor-interrumpe él-,por favor, no me digas tu nombre. Te he visto, sabía que tenía que haberte hablarte, verte un poco más de cerca, saber que tú también vives, y por eso me he acercado a ti. En realidad si te hubiera conocido antes...porque yo ¿sabes?, me voy esta noche. Por eso no quiero saber tu nombre. Me perseguiría siempre como una frustración-Y sin dejar un lapsus-: Lo siento. Quizá hubiera sido mejor continuar solo.

A Ángela la escena le entristece; aún no es capaz de valorarla en su justa medida, pero comprende que el chico que está frente a ella es hermoso, y que quizá su amor pueda ser para un hombre como ese.
-Me voy esta noche, es imposible quedarme algo más. Y sin embargo debería ser posible el milagro y mañana volver a verte. Ya ves, soy un cobarde.
Le tiende la mano, sonriendo en su amargura, se la estrecha con cariño, oprimiendo sus dedos en esta despedida.
-Prefiero ser yo el que me imagine tu nombre. No te molesta ¿verdad?...Adiós.

Instrucciones para dar cuerda al reloj, Cortázar

Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj

Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.


Instrucciones para dar cuerda al reloj

Allá al fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan.

¿Qué más quiere, qué más quiere? Átelo pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad, imítelo anhelante. El miedo herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre de sus rubíes. Y allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no importa.

Beatriz y los cuerpos celestes, Etxebarria

No intentes enterrar el dolor; se extenderá a través de la tierra bajo tus pies; se filtrará en el agua que hayas de beber y te envenenará la sangre.
Las heridas se cierran, pero siempre quedan cicatrices más o menos visibles que volverán a molestar cuando cambie el tiempo, recordándote en la piel su existencia y con ella, el golpe que las originó.
Y el recuerdo del golpe afectará a decisiones futuras, creará miedos inútiles y tristezas arrastradas, y tú crecerás como una criatura apagada y cobarde.
¿Para qué intentar huir y dejar atrás la ciudad donde caíste?
¿Por la vana esperanza de que en otro lugar, en un clima más benigno, ya no te dolerán las cicatrices y beberás un agua más limpia?

A tu alrededor se alzarán las ruinas de tu vida, porque allá donde vayas llevarás a la ciudad contigo.
No hay tierra nueva ni mar nuevo, la vida que has malogrado, malograda queda en cualquier parte del mundo. Tengo veintidós años, y hablo por boca de otros.

Si...Kipling

Si puedes mantener en su lugar tu cabeza cuando todos a tu alrededor,
han perdido la suya y te culpan de ello.

Si crees en ti mismo cuando todo el mundo duda de ti,
pero también dejas lugar a sus dudas.

Si puedes esperar y no cansarte de la espera;
o si, siendo engañado, no respondes con engaños,
o si, siendo odiado, no te domina el odio
Y aun así no pareces demasiado bueno o demasiado sabio.

Si puedes soñar y no hacer de los sueños tu amo;
Si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu único objetivo;
Si puedes conocer al triunfo y la derrota,
y tratar de la misma manera a esos dos impostores.
Si puedes soportar oír toda la verdad que has dicho,
tergiversada por malhechores para engañar a los necios.
O ver cómo se rompe todo lo que has creado en tu vida,
y agacharte para reconstruírlo con herramientas maltrechas.

Si puedes amontonar todo lo que has ganado
y arriesgarlo todo a un sólo lanzamiento ;
y perderlo, y empezar de nuevo desde el principio
y no decir ni una palabra sobre tu pérdida.
Si puedes forzar tu corazón y tus nervios y tus tendones,
para seguir adelante mucho después de haberlos perdido,
y resistir cuando no haya nada en ti
salvo la voluntad que te dice: "Resiste!".

Si puedes hablar a las masas y conservar tu virtud.
o caminar junto a reyes, y no distanciarte de los demás.
Si ni amigos ni enemigos pueden herirte.
Si todos cuentan contigo, pero ninguno demasiado.
Si puedes llenar el inexorable minuto,
con sesenta segundos que valieron la pena recorrer...

Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,

y lo que es más: serás un hombre, hijo mío.

Corazón coraza, Benedetti



Porque te tengo y no
porque te pienso
porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
porque eres linda desde el pie hasta el alma
porque eres buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza
porque eres mía
porque no eres mía
porque te miro y muero
y peor que muero
si no te miro amor
si no te miro
porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no.
  

Otro poema de los dones, Borges

Gracias quiero dar al divino 
laberinto de los efectos y de las causas 
por la diversidad de las criaturas 
Que forman este singular universo, 
por la razón, que no cesará de soñar 
con un plano del laberinto, 
por el rostro de Elena y la perseverancia de Ulises, 
por el amor, que nos deja ver a los otros 
como los ve la divinidad, 
por el firme diamante y el agua suelta, 
por el álgebra, palacio de precisos cristales, 
por las místicas monedas de Angel Silesio, 
por Schopenhauer, 
que acaso descifró el universo, 
por el fulgor del fuego 
que ningún ser humano puede mirar sin un asombro antiguo, 
por la caoba, el cedro y el sándalo, 
por el pan y la sal, 
por el misterio de la rosa 
que prodiga color y que no lo ve, 
por ciertas vísperas y días de 1955, 
por los duros troperos que en la llanura 
arrean los animales y el alba, 
por la mañana en Montevideo, 
por el arte de la amistad, 
por el último día de Sócrates, 
por las palabras que en un crepúsculo se dijeron 
de una cruz a otra cruz, 
por aquel sueño del Islam que abarco 
mil noches y una noche, 
por aquel otro sueño del infierno, 
de la torre del fuego que purifica 
y de las esferas gloriosas, 
por Swedenborg, 
que conversaba con los ángeles en las calles de Londres, 
por los ríos secretos e inmemoriales 
que convergen en mí, 
por el idioma que, hace siglos, hablé en Nortumbria, 
por la espada y el arpa de los sajones, 
por el mar, que es un desierto resplandeciente 
yuna cifra de cosas que no sabemos 
y un epitafio de los vikings, 
por la música verbal de Inglaterra, 
por la música verbal de Alemania, 
por el oro, que relumbra en los versos, 
por el épico invierno, 
por el nombre de un libro que no he leído: 
gesta Dei per Francos, 
por Verlaine, inocente como los pájaros, 
por el prisma de cristal y la pesa de bronce, 
por las rayas del tigre, 
por las altas torres de San Francisco y de la isla de Manhattan, 
por la mañana en Texas, 
por aquel sevillano que redactó la Epístola Moral 
y cuyo nombre, como él hubiera preferido, ignoramos, 
por Séneca y Lucano, de Córdoba, 
que antes del español escribieron 
toda la literatura española, 
por el geométrico y bizarro ajedrez, 
por la tortuga de Zenón y el mapa de Royce, 
por el olor medicinal de los eucaliptos, 
por el lenguaje, que puede simular la sabiduría, 
por el olvido, que anula o modifica el pasado, 
por la costumbre, 
que nos repite y nos confirma como un espejo, 
por la mañana, que nos depara la ilusión de un principio, 
por la noche, su tiniebla y su astronomía. 
por el valor y la felicidad de los otros, 
por la patria, sentida en los jazmines 
o en una vieja espada, 
por Whitman y Francisco de Asís, que ya escribieron el poema, 
por el hecho de que el poema es inagotable 
y se confunde con la suma de las criaturas 
y no llegará jamás al último verso 
y varía según los hombres, 
por Frances Haslam, que pidió perdón a sus hijos 
por morir tan despacio, 
por los minutos que preceden al sueño, 
por el sueño y la muerte, 
esos dos tesoros ocultos, 
por los íntimos dones que no enumero, 
por la música, misteriosa forma del tiempo.

Elegía del recuerdo imposible, Borges

Qué no daría yo por la memoria
de una calle de tierra con tapias bajas
y de un alto jinete llenando el alba
(largo y raído el poncho)
en uno de los días de la llanura,
en un día sin fecha.
Qué no daría yo por la memoria
de mi madre mirando la mañana
en la estancia de Santa Irene,
sin saber que su nombre iba a ser Borges.
Qué no daría yo por la memoria
de haber combatido en Cepeda
y de haber visto a Estanislao del Campo
saludando la primer bala
con la alegría del coraje.
Qué no daría yo por la memoria
de un portón de quinta secreta
que mi padre empujaba cada noche
antes de perderse en el sueño
y que empujó por última vez
el 14 de febrero del 38.
Qué no daría yo por la memoria
de las barcas de Hengist,
zarpando de la arena de Dinamarca
para debelar una isla
que aún no era Inglaterra.
Qué no daría yo por la memoria
(la tuve y la he perdido)
de una tela de oro de Turner,
vasta como la música.
Qué no daría yo por la memoria
de haber oído a Sócrates
que, en la tarde la cicuta,
examinó serenamente el problema
de la inmortalidad,
alternando los mitos y las razones
mientras la muerte azul iba subiendo
desde los pies ya fríos.
Qué no daría yo por la memoria
de que me hubieras dicho que me querías
y de no haber dormido hasta la aurora,
desgarrado y feliz.

Ausencia, Borges

Habré de levantar la vasta vida
que aún ahora es tu espejo:
cada mañana habré de reconstruirla.
Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han tornado vanos
y sin sentido, iguales
a luces en el día.
Tardes que fueron nicho de tu imagen,
músicas en que siempre me aguardabas,
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde.

Tiempo sin Ángela, Carlos Puerto

Acostumbrarme a todo, aun dentro de mi rebeldía, eso es lo que he hecho. Aceptar los días de lluvia y el calor sobre el mar. Y contemplarte.
Ahora sé que en todo lo bello no basta la pasividad: ni adorar, ni admirar ni siquiera amar. Hay que echar el cuerpo- vísceras, sangre, corazón, músculos, nervios, piel...

62/Modelo para amar

Y juega estas barajas en las que somos espadas o corazones pero no las manos que las mezclan y las arman.

62/Modelo para amar, Julio Cortázar

Helene no estará en la zona y no lo escuchará aunque en el fondo todo lo que él vaya a decir sea siempre Helene

Grandes esperanzas, Charles Dickens

Fue un día memorable, pues obró grandes cambios en mi. Pero ocurre así en cualquier vida. Imaginemos que de ella arrancáramos un día especial y pensemos en lo distinto que podría haber sido su curso. Deténgase el lector y piense por un momento en la larga cadena de hierro o de oro, de espinas o flores que, de no ser por la formación del primer eslabón en un día memorable, jamás le hubiese atado.

lunes, 14 de mayo de 2012

Kokoro, Natsume Soseki

El cuerpo se mueve gracias a la sangre. Las palabras vivas no sólo sirven para hacer vibrar el aire, sino que también pueden agitar poderosamente el corazón humano.

Lolita, Vladimir Nabokov

Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Mi pecado, mi alma. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta.

Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuan­do firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita

62/Modelo para amar, Julio Cortázar

Atarse al mástil por miedo a la música, seguir cerca de Marrast y sentirse sucia y atarse lo mismo al mástil por miedo a la inútil libertad que sería inevitablemente una puerta cerrada en Viena o una explicación cortésmente distante y unas cejas alzándose con el mínimo de sorpresa consentido por el buen tono. Juan la miraría afectuosamente y la besaría en la mejilla, la llevaría a cenar, al teatro, distraído y amable, habitado por otra imagen imperiosa, y su frivolidad le jugaba una mala pasada, si el beso en la mejilla se corría hasta la boca, si después sus manos buscaban los hombros de Nicole y la ceñían con más fuerza, ella sentiría eso como una limosna a la esperanza harapienta, el justo pago a la puta de vestido verde...

Diario de Invierno, Paul Auster

No podías llorar. Eras incapaz de mostrar tu aflicción de la forma en que suele hacerlo la gente, de modo que tu cuerpo se desmoronó y sintió tu pena por ti. De no haber sido por los diversos factores incidentales que precedieron al ataque de pánico (la ausencia de tu mujer, el alcohol, la falta de sueño, la llamada de tu tía, el café), es posible que el ataque no se hubiera producido. Pero en el fondo aquellos elementos sólo poseen una importancia secundaria. La cuestión es por qué no pudiste dejarte llevar por la situación en los minutos y horas subsiguientes a la muerte de tu madre, por qué, durante dos días enteros, fuiste incapaz de derramar una sola lágrima por ella. ¿Fue porque secretamente te alegrabas en parte de su muerte? Un pensamiento sombrío, una idea tan negra e inquietante que hasta te asusta expresarla, pero aunque estés dispuesto a considerar la posibilidad de que sea cierto, dudas que eso explique tu incapacidad de llorar. Tampoco lloraste a la muerte de tu padre. Ni cuando murieron tus abuelos, ni tampoco a la muerte de la prima que más querías, que murió de cáncer de mama a los treinta y ocho años, ni tras la muerte de los muchos amigos que te han ido dejando a lo largo de los años. Ni siquiera cuando tenías catorce años y te encontrabas a menos de treinta centímetros de un chico que fue alcanzado y muerto por un rayo, el muchacho cuyo cadáver contemplaste sentado durante una hora en un prado empapado de lluvia, intentando desesperadamente calentar su cuerpo y revivirlo porque no entendías que estaba muerto: ni siquiera esa muerte monstruosa pudo inducirte a soltar una lágrima. Se te humedecen los ojos al ver ciertas películas, te han caído lágrimas en las páginas de muchos libros, has llorado en momentos de inmensa tristeza personal, pero la muerte te desconecta y paraliza, secuestrándote toda emoción, todo cariño, todo contacto con tu propio corazón. Desde el principio mismo, te has quedado muerto frente a la muerte, y eso es también lo que pasó a la muerte de tu madre. Al menos al principio, los dos primeros días con sus noches, pero luego volvió a caer el rayo, y acabaste arrasado.

El lobo estepario, Herman Hesse

Cuando he estado una temporada sin placer y sin dolor y he respirado la tibia e insípida soportabilidad de los llamados días buenos, entonces se llena mi alma infantil de un sentimiento tan doloroso y de miseria, que al adormecido dios de la semisatisfacción le tiraría a la cara satisfecha la mohosa lira de la gratitud, y más me gusta sentir dentro de mí arder un dolor verdadero y endemoniado que esta confortable temperatura de estufa. Entonces se inflama en mi interior un fiero afán de sensaciones, de impresiones fuertes, una rabia de esta vida degradada, superficial, esterilizada y sujeta a normas, un deseo frenético de hacer polvo alguna cosa, por ejemplo, unos grandes almacenes o una catedral, o a mí mismo, de cometer temerarias idioteces, de arrancar la máscara a un par de ídolos generalmente respetados, comprar un boleto al olvido o al no me importa, de seducir a una jovencita o retorcer el pescuezo a varios representantes del orden social burgués. Porque esto es lo que yo más odiaba, detestaba y maldecía principalmente en mi fuero interno: esta autosatisfacción, esta salud y comodidad, este cuidado optimismo del burgués, esta bien alimentada y próspera disciplina de todo lo mediocre, normal y corriente.

Metafísica de los tubos, Amelie Nothomb

Vivir significa rechazar. Aquel que todo lo acepta vive igual que el desagüe de un lavabo. Para vivir, es necesario ser capaz de no situar al mismo nivel, por encima de uno, a mamá y el techo. Hay que renunciar a uno de los dos y elegir interesarse o bien por mamá o bien por el techo. La única mala elección es la ausencia de elección.
Dios no había rechazado nada porque no había elegido nada. Por eso no vivía.
En el momento de su nacimiento, los bebés gritan. Ese grito de dolor ya es en sí mismo una rebelión y esa rebelión ya constituye un rechazo. Ésa es la razón por la cual la vida empieza el día del nacimiento y no antes, pese a lo que puedan decir algunos.
El tubo no había emitido ni el más leve decibelio el día del parto.
Sin embargo, los médicos habían determinado que no era ni sordo, ni mudo, ni ciego. Era simplemente un lavabo al que le faltaba el tapón. Si hubiera podido hablar, habría repetido sin cesar esta única palabra: "Sí".

Opiniones de un payaso, Heinrich Boll

Entré en el cuarto de baño, vertí en la bañera parte de las sales de baño que Minika Silvs me había dejado y abrí el grifo del agua caliente. Bañarse es casi tan bueno como dormir, y dormir es casi tan bueno como hacer "la cosa". Marie la llamó así, y pienso en la cosa siempre en sus términos. No podía concebir que ella hiciese "la cosa" con Züpfner, mi fantasía no tiene compartimentos para tales ideas, del mismo modo que nunca estuve seriamente tentado de revolver en la ropa interior de Marie. Sólo llegaba a imaginarme que ella jugaría a la oca con Züpfner,y me enfurecía. Nada de lo que yo había hecho con ella lo podía ella hacer con él sin parecerme traidora o prostituta. Ni siquiera le podía extender mantequilla sobre el pan. Si imagino que ella toma del cenicero el cigarro de él y lo termina de fumar, casi me vuelvo loco, y no supone ningún alivio saber que él no fuma y que es probable que juegue al ajedrez. Algo debía ella hacer con él, y debía hablarle del tiempo y de dinero. En realidad lo único que ella podía hacer para él sin pensar continuamente en mí era cocinar, pues esto me lo hizo tan raras veces, que no sería necesariamente infidelidad y fornicación. Me hubiese gustado mucho llamar enseguida a Sommerwild, pero era aún demasiado pronto, ya que me había propuesto despertarle de su sueño allá por las dos y media de la madrugada, y conversar con él largo y tendido sobre arte. Las ocho de la noche era una hora demasiado decente para telefonearle y preguntarle cuántos principios de orden le había hecho tragar a Marie, y qué comisión había recibido él de Züpfner: ¿una cruz abacial del siglo trece, o una madona centrorrenana del catorce? También reflexioné cómo le asesinaría. A los estetas lo mejor es romperles en la cabeza un valioso objeto de arte, con lo cual sufren, aún al morir, por el crimen artístico. Una madona no sería lo bastante valiosa y es demasiado sólida, y moriría con el consuelo de que la madona se había salvado; y una pintura no es lo bastante pesada, si se exceptúa el marco, y le quedaría también el consuelo de que el cuadro se conservaba. Podría yo raspar la pintura de un cuadro valioso y estrangularle o asfixiarle a él con la tela: ningún crimen perfecto, pero un perfecto crimen estético.

Ni de Eva ni de Adán, Amelie Nothomb

Poco a poco, las llamadas de teléfono se espaciaron hasta cesar. Me ahorré este episodio, siniestro entre todos, bárbaro y falaz, llamado ruptura. Salvo en caso de crimen innoble, no entiendo que se rompa. Decirle a alguien que algo se ha terminado es feo y falso. Nunca se termina. Incluso cuando ya no piensas en alguien ¿cómo dudar de su presencia dentro de ti? Un ser que ha contado para ti, siempre cuenta.

Grandes Esperanzas, Charles Dikens

Eres parte de mi existencia, de mí mismo. Has estado presente en cada una de las líneas que he leído, desde que vine aquí, un vulgar y tosco pobrecillo cuyo corazón heriste ya entonces. Has estado presente en cada proyecto desde aquel día, en el río, en las velas de los barcos, en los marjales, en las nubes, en la luz, la oscuridad, el viento, los bosques, el mar, las calles. Has encarnado cada fantasía con la que mi mente ha tropezado. No son más reales las piedras de las que están hechos los más recios edificios de Londres, ni tendrías mayor dificultad en desplazarlos con la mano de lo que han sido y seguirán siendo para mí tu presencia y tu influencia, allí y en todo lugar. Estella, hasta el último instante de mi vida no podrás sino ser parte de mi carácter, parte de lo poco que de bueno hay en mí, parte de lo que de malo llevo. Pero en esta separación, sólo puedo asociarte a lo bueno y fielmente te recordaré vinculada a ello, pues tienes que haberme hecho más bien que mal, cualquiera que sea la punzante tristeza que ahora pueda sentir.


Leviatán, Paul Auster

Finalmente me llamó en noviembre, al cabo de seis o siete meses. Fue entonces cuando me invitó a la cena de Acción de Gracias en casa de la madre de Ben en Connecticut. En ese medio año, me había persuadido de que nunca había existido ninguna esperanza para nosotros, de que aun cuando ella hubiese dejado a Ben para vivir conmigo, la cosa no habría salido bien. Eso era un embuste, por supuesto, y no tengo ninguna forma de saber qué habría sucedido, no tengo ninguna forma de saber nada. Pero me ayudó a soportar aquellos meses sin perder la razón, y cuando repentinamente ni la voz de Fanny en el teléfono, pensé que había llegado el momento de ponerme a prueba en una situación real. Así que David y yo nos fuimos en el coche a Connecticut y pasé un día entero en su compañía. No fue el día más feliz de mi vida, pero conseguí sobrevivir. Las viejas heridas se abrieron, sangré un poco, pero cuando regresé a casa aquella noche con David dormido en mis brazos, descubrí que seguía estando más o menos entero.